20.11.11

HE VENIDO A VER CÓMO ESTALLA LA REALIDAD Y A MENDIGAR EL BAGAZO DE LOS MUROS

Álvaro Sánchez: gérmen siniestro de luces y sombras.


Más que claridad, la palabra lucidez significa precisión y acierto. Significa captar y percibir con alto grado de fidelidad todos los elementos que conforman una escena, así como sus conexiones, sus texturas, sus composiciones, sus geografías, sus puntos de fuga. Pensemos en una explosión como ejemplo. Hay un todo que en segundos se disgrega. Ocurre entonces que hay partes, cientos de partes de ese todo, presentes en la superficie. Restos estáticos y humeantes. Máculas. Carne a la deriva. Jirones. Emplastos. Charcos. Rescoldos. Reproducir esa suerte de caos, lograr revelar esos elementos, por muy pequeños y amorfos que sean, por muy insignificantes o bruscos que parezcan, es cuestión de lucidez y de osadía.

Con la explosión se instala un nuevo orden y así lo determina la mirada. La masa se desfigura, los colores se difuminan, los líquidos se evaporan. No se sabe dónde empiezan aquellos rasgos diáfanos (porque los hay) y dónde aquellos ahora atrapados por las sombras. La pregunta aquí es, ¿no corresponde este nuevo orden a una imagen incluso más certera y más rica de la realidad? Es decir, ¿al trasponer y desplazar sus componentes, no es la realidad una suerte de lienzo más elaborado, más inquietante y acaso más revelador del que estamos acostumbrados a ver (y a vivir) a diario? Es probable. Pero vayamos a lo seguro. Supongamos que se trata de una nueva realidad, o de otra versión suya, una quizás más rica, que sería más factible.


En un momento de tal magnitud como suelen ser las explosiones, tan sospechoso como incierto debido al proceso que se fragua ante nuestros ojos, y que nos sume en la perplejidad y en lo inexplicable, procuramos hallar aquello que nos es revelador, aquello que nos hace partícipes, que de alguna forma nos obliga a detenernos y a permanecer. Lo que vemos suele ser un conglomerado de capas y sustratos (a veces uniformes, a veces disparejos) en constante interacción, mutación, transformación y movimiento. Un instante de embrujo que adquiere igual o más importancia que la explosión, que el accidente mismo. Un instante de abstracción y de constatación de lo terriblemente atrayente.


Movidos por la necesidad de retener lo que vemos, emprendemos la tarea de detener el tiempo, de congelar la imagen, de ralentizarla para apropiarnos de ella. El resultado ahora es una suerte de amalgama estática, quizás bizarra. Un ectoplasma extendido con sutileza en la piel de un muro, golpeado, gastado, en ruinas. Alrededor, oscuridad. Oscuridad que ilumina. Absortos, nos avocamos al silencio del espectador que ha dejado en casa sus armas y su escudo, y que se encuentra solo, confiado, ante lo que le depare el paisaje.


La obra de Álvaro Sánchez es capaz de proveernos, de manera contundente, tales momentos de epifanía. En mi caso, el primer acercamiento fue fortuito, y la sensación tiene mucho que ver con lo hasta ahora dicho. Me remonto a aquel momento virtual: rostros y cuerpos difuminados y alterados, como fagocitando en una atmósfera espectral, de oscuridad apocalíptica y cruces de opaco neón pastando a sus anchas. Me vi en la necesidad de devorar aquellas imágenes con avidez de perro. Enseguida vinieron las asociaciones: pensé en Bacon y en de Sagazan, incluso en Tàpies, en el teatro pánico de Arrabal y compañía, en la estética de algunas realizaciones visuales de Floria Sigismondi, en escenas de H. P. Lovecraft, de Strindberg y de Edgar Allan Poe, incluso. Fueron chispazos. Lo primero que se me vino a la cabeza.


Generar estampas/murales inquietantes y recrear momentos de perturbación es, a mi parecer, uno de los campos por el que mejor ser desplaza Sánchez como artista gráfico-visual. Sin duda. Sus creaciones —soberbias en su mayoría, permítanme el atrevimiento—, se nutren de asuntos existencialistas que ponen de manifiesto el lado oscuro del ser humano, ése que a veces preferimos no ver ni siquiera de soslayo. Soledad, muerte, encierro, desesperación, suplicio, aislamiento, enajenación, fanatismo religioso, metamorfosis, dolor, angustia, etc. La lista no es precisamente corta. Algunos emergen a la luz, nunca mejor dicho, con cierta renuencia, como para enfatizarnos la necesidad de establecer una conexión, de que descifremos un mensaje, un mensaje de sombras. Otras, más esporádicas, como a merced del factor sorpresa, acaso susto, tenues, como meras apariciones, efímeras e insustanciales.


Tanto unos como otros, asuntos a recrear y a retratar, provienen de un proceso alquímico/digital en donde Sánchez libera y apresa imágenes, texturas, colores y materias. La forma al servicio del fondo. Todo concebido y trazado con anterioridad. Todo premeditado y calculado. Las puertas del azar y de lo fortuito cerradas, para no desviar el camino y confiarse a la espera de resultados casuales. He ahí sus premisas. Su predilección por lo añejo, por lo gastado, por lo deteriorado, da buena fe de los recursos primordiales con los que echa mano a la hora de idear sus piezas para posteriormente componerlas/descomponerlas. En ese momento de génesis, imagino a un Sánchez-Diógenes, candil de kerosén en mano, perdido en la noche, husmeando entre callejones y sótanos desmantelados y saqueados, con el afán de proveerse de memorias para rescatarlas, para devolverles la vida, para manosearlas un poco y luego entregárnoslas, en silencio, como buscando un pacto que incluya la premisa: «esto es en realidad lo que había desde el inicio, yo sólo lo he desempolvado, ¿te apetece?»


En sus catálogos —ya Sánchez ha empleado esta palabra para referirse a ciertas selecciones puntuales que ha hecho de su obra, Catálogo de bestias, una de ellos— lúgubres anatomías (o fragmentos de ellas) aparecen retratadas con pincel violento, no se sabe muy bien si para ser contemplados o para querer contemplarnos. Un detalle más que alimenta el aura de misterio que exudan sus obras. Se trata ahora de una etapa post-mutación, post-cataclismo. Algo ocurrió con ellos en un estadio previo, equis, ignoto. La aparente quietud con la que posan es la de los ángeles y los cristos resucitados de los camposantos. Están ahí, lúcidos y omnipresentes en su confusión, gran paradoja para el arte de Sánchez, para esa peculiar estética que desafía lo profundamente humano, que sólo admite contradicción cuando el espectador es precavido y se protege, cuando pretende salir ileso, cuando prefiere contemplar a distancia, no arriesgar demasiado, no involucrarse.


Para esta ocasión, Sánchez nos ofrece un selecto universo de «fragmentos de huesos», huesos propios, labrados con minuciosidad de orfebre, antes «olvidados», quizás, pero ahora rescatados, reunidos y expuestos para el deleite de quienes nos sentimos identificados con este arte que parece dar un aspecto teatral y magnánimo al desastre. Anatomías mutiladas en donde reinan espinazos; rostros que parecen perderse entre pequeñas nubes tóxicas de butano; mártires carnívoros con ojos que más que ojos son fosas, cuencas, ojeras; un primate que posa en frac como si fuese un actor intentando sumirse en el cliché del pensador, del filósofo; cuervos que pierden la cabeza en su propia negrura; cervatillos degollados por tijeras en un altar imaginario para ofrendas; retratos de quien en vida fuera hembra y ahora es bestia; hombres numerados como reos que parecen ser abducidos por cristales rotos; cuerpos que parecen alimentarse y transmitir su fuero interno mediante ósmosis, en fin, lo más destacado desde el 2008 hasta la fecha.


A mí muy personal juicio, la estética de Sánchez es talento puro y desafío, pero también es aquella asociada a personajes curtidos no sólo en arte gráfico, pintura y fotografía, como es de esperarse en su caso, sino también en literatura, en cine y, cómo no, en música (él mismo se define como un junkie del cine y de la música). Es algo que se percibe, que casi se palpa, a la par de su gran versatilidad y de su auto-didactismo. Viéndolo así, Sánchez es una especie de creador-caldero. En él confluyen muchísimas formas de expresión artística que, intuyo, conviven en su entorno más íntimo, y que son parte de sus creaciones y de esa parafernalia que convierten a Sánchez en lo que es, un artista sólido e imprescindible en el panorama del arte tanto en Guatemala como más allá de nuestras fronteras. Si se trata de ratificarlo, yo el primero.


Además de Guatemala, lugares tan alejados y exóticos como Australia, Malasia, Ucrania, Singapur, Eslovenia, Marruecos, Suiza, Escocia, Suecia, Perú, Puerto Rico etc., así como mecas del arte mundial y emergente: Italia, España, Alemania, Estados Unidos, Brasil, Cuba, México, Suiza, Escocia, Suecia cuentan ya con la presencia de Álvaro Sánchez, tanto en publicaciones como en exposiciones. Digo todo esto sin tener una idea muy clara de quién sea en realidad este peculiar personaje perteneciente a la novísima y cada vez más imponente fauna de artistas y escritores guatemaltecos. No lo conozco personalmente, aún. Pero la verdad es que, aunque presiento que podríamos sumirnos en largas conversaciones acompañadas de abundante café o vino, sus obras y su actitud frente al arte (no tiene reparos en compartir su propuesta hasta en el más insignificante medio de difusión artística, lo sé a ciencia cierta, y lo digo porque sé que esto hace grande a los verdaderos artistas), han hablado por sí mismas.


Pronto voy a conocer a Sánchez, por suerte. Ustedes deberían empezar hoy, aquí y ahora mismo. Después de apreciar sus imágenes, quizás les dé por pensar que en realidad el tiempo no nos sobra, no es eterno. Bienvenidos sean.


Madrid, Abril de 2011


***En este libro, aparecido recientemente, Álvaro Sánchez (Guatemala, 1976) reúne lo más selecto de su labor artística entre el 2008 y 2011. Incluye, además de este texto, colaboraciones de Julio Prado, Carmen Lucía Alvarado, Eduardo Caso, Anastasia Zabrodina e Irina & Silviu Székely.


9.8.11

GÉNESIS Y ENCIERRO: ENTRAMADO, LUZ Y DETALLES



Con un texto escrito allá por abril del año 2000, titulado Saturnal, el primero de una serie de más o menos 40 relatos de breve extensión que escribiría en los próximos dos o tres años y que en su momento consideré ‘serios’ aunque no por ello publicables, da inició mi libro GÉNESIS Y ENCIERRO, recientemente publicado por Editorial Cultura. Un libro que surgió luego de una selección lenta y exhaustiva, a través de todos estos años, y que ahora, gracias a la voluntad y oportunidad ofrecida por Francisco Morales Santos, por mediación de la siempre generosa y atenta Vania Vargas, por fin ve la luz en Guatemala, hecho impensable incluso en el año en que decidí poner punto final a dicha selección (2009) y esperar a que, más adelante, surgiera una oportunidad para sacarlos del cajón y que no quedaran así en el olvido. Un libro relativamente pequeño con temáticas acaso de índole antropológica y existencialista, y que además de suponer un rescate, supone un paso importante en mis intentos literarios. Debido a la distancia que me separa de Guatemala, aún no he podido tener en mis manos ningún ejemplar; sin embargo, ello no me impide compartirles en esta oportunidad dos o tres textos que ilustran, de alguna manera, lo que el lector/a puede encontrar en este libro y que, de alguna manera, despierte el interés por adquirirlo.

1. LA NOTA DEL AUTOR
Más que una ‘nota del autor’ se trata más bien una suerte de justificación o aclaración que escribí mientras realizaba la selección definitiva, y que sopesé incluir si alguna vez, en el futuro, estos textos podían ser publicados. Dichas líneas resumen, de manera muy general, mi visión sobre el porqué de estos 21 textos, su ‘génesis’, su naturaleza y del valor que tienen para mí más allá de todo rasero literario y/o estético. No lo explico, pero el título del libro remite, precisamente, a ese inicio, a esos primeros acercamientos con la escritura narrativa (Génesis) en los que opté por esbozar ideas e imágenes en la tranquilidad de mi cuarto (Encierro) durante horas y horas. Ésta es la nota, al inicio del libro:

Querer justificar algo de lo que el lector encontrará a continuación, en este caso, no es un recurso frívolo para sustentar las carencias literarias y/o estéticas que posiblemente aparezcan con cierta renuencia. El ímpetu de la juventud, la necesidad de encontrar una manera de expresarme durante esos años y de hacerlo sin atender tanto a las formas y a los resultados son los factores que sustentan la naturaleza de los textos que conforman este libro. Siempre los he querido ver como ejercicios de la imaginación y/o ocurrencias, más que como cuentos cortos o relatos. Quizás sean más bien escenas. Momentos. Situaciones. Bocetos. Alegorías. Ahora los veo como una selección de fragmentos de la vida de pseudo personajes en donde pretendí reunir y plasmar ideas, deseos, necesidades, preocupaciones, sentimientos, intenciones e impresiones sobre lo que en esos años me rodeaba, sobre lo que me ocurría, sobre lo que observaba; todo de manera personal y espontánea. Por lo tanto, la negativa de dejarlos a la deriva, de olvidarme de ellos y de traspapelarlos —me atrevo a decirlo— responde más a un valor sentimental que literario. Asimismo, de finiquitar una etapa, de cerrar un ciclo. Sean vistos, no obstante, como el lector quiera verlos.

Madrid, 2009

2. EL PRÓLOGO
Para mi sorpresa, fue el mismo Francisco Morales Santos quien me comunicó la intención de que Javier Payeras escribiera una nota alusiva o un prólogo para el libro. Tomando en cuenta que tengo a Javier como uno de los escritores jóvenes más destacados de Guatemala, con una voz propia y consolidad, referente de escritores emergentes, y con un compromiso fehaciente con su escritura y con la literatura propiamente dicha, me sentí inmerecidamente halagado y a la vez agradecido. He aquí las palabras de Payeras:

UN ESCAPARATE NEÓN

De aquí hasta Chéjov existe un largo recorrido a pie. No es sencillo escribir relatos de esa manera. Acaso quienes han recibido La cátedra rusa del cuento, pueden aceptar con toda la modestia del mundo que poseen el sencillo código de la claridad efectiva, esa que nos muestra un fragmento de la vida común como un complejo suceso.
     Un autor no debería tratar con historias rebuscadas, sino buscar lectores inteligentes. De eso que nuestros primeros intentos narrativos siempre terminen en disecciones sentimentales acerca del “mal”, la soledad, el suicidio, el espanto o “el amor verdadero”, retórica que en el escritorio de los verdaderos artistas —aquellos completamente honestos consigo mismos— acaba arrinconada en los legajos de una vergonzosa y exhibicionista ingenuidad literaria.
     Así, encontrar la fórmula chejoviana para escribir un buen relato es una de las cosas más difíciles: seleccionar un fragmento de vida que pueda asimilar toda la constancia y toda la fluidez imaginativa de quien lo escribe y de quien lo lee; luego hacer que permanezca en el espacio común de expectación y de asombro que es la memoria. Nada más y nada menos que eso.
     Estos meros apuntes anteceden a un libro: Génesis y encierro de Rafael Romero. Una armazón de relatos codificados entre relatos breves y observaciones. Un escaparate neón para literaturas fantásticas y frescas patologías. Perfecta disección del cinismo y de la epifanía. Será porque comparto muchas de sus referencias literarias, o porque encuentro muchos fragmentos de espejo que al leerlo me reflejan, que me parece un trabajo narrativo sin desperdicio de sabotajes retóricos y sin la nostalgia lírica añadida a tanta literatura adocenada que, en las estanterías de las librerías, nos venden como “novedades editoriales para lectores jóvenes”. Rafael Romero está en la esquina de los autores que respeto, los que hacen libros magros y precisos, porque, al igual que Chéjov, aprendieron a decirlo todo, sin gestos exagerados y apenas abriendo los labios.

Javier Payeras
Mayo, 2011

3. A PROPÓSITO DE FILGUA
Coincidiendo cercanamente con la presente edición de la Feria del Libro de Guatemala, el Diario de Centroamérica incluyó un Especial FILGUA en su publicación de todos los viernes: La Revista. Ahí, entre varias novedades editoriales, apareció GÉNESIS Y ENCIERRO. Y esto era lo que decía al respecto:

Es un conjunto de relatos breves con una diversidad de personajes y situaciones que van de lo real a lo fantástico. El autor plantea una forma diferente de ver temáticas diversas como la muerte, que puede llegar a explicarse desde el punto de vista menos esperado. Sin embargo, toda la creación de situaciones sorprendentes no deja de lado la descripción de emociones y conductas propias de la condición humana. En esa línea se tocan aspectos como el amor y la obsesión, sin dejar de lado el egoísmo y la capacidad de las personas para dañarse o dañar a los demás. A lo largo de las más de 20 narraciones que ofrece Romero será fácil encontrar varios motivos para sentir sorpresa y, luego de meditar durante algunos instantes, iniciar la lectura de la siguiente.


CODA: GÉNESIS Y ENCIERRO se encuentra disponible en Editorial Cultura, Casa del Libro (interior Casa Cervantes) y Librería Sophos (Plaza Fontabella). Diseño de portada: Álvaro Sánchez. Fotografía del autor: Javier Uclés. Prólogo: Javier Payeras. Nota final: Vania Vargas. Agradecimientos especiales a: Cristina Rodríguez Fernández, Julio Avendaño, Tania Hernández, Jorge Cabrera y Francisco Morales Santos.